Crónicas de un Viernes de Dolores
Son las 17.45 y nuestros corazones palpitan más fuerte que el crujir de unas trabajaderas que minutos más tarde estallarán en gozo con nuestros sones. Jesús de Nazaret, Señor único del barrio de Pinomontano, ya está en la calle.
Por sus calles un mar de plumas azules se ve bañado por los sentimientos de sus feligreses. Nota tras nota, compás tras compás y marcha tras marcha AMENcarnación recibe el cariño de un barrio inundado por aplausos, rezos silenciosos y amor, mucho amor.
Como siempre encontramos la hermandad más clásica en las primeras horas de la tarde, donde el sol salpica de luz la imagen de Jesús de Nazaret. Más tarde,con la tarde asomándose a los balcones,podemos disfrutar de un misterio que baila entre melodías, que siempre anda de frente y si da un paso atrás es para coger impulso, pareciendo querer acerarse a su agrupación.
Imponente el recogimiento y las sensaciones que se viven en el saludo a la Iglesia de Los Mares, sin duda uno de los momentos álgidos de la jornada.
Toca volver, la casa del Dios de la calle Alfareros espera su regreso y, con él, su gente. En su recorrido de vuelta descubrimos el sentir más melancólico y triste de un barrio que, como si de un hermano pequeño se tratara, no deja que su hermandad vuelva sola a su humilde hogar.
Las horas se notan, nada cambia, como cada año este misterio sigue demostrando elegancia por cada calle que pasa, derrochando el amor aprendido de una madre que sigue los pasos de su hijo con la gracia de la niña que aún sigue siendo, la niña del barrio.
Cuando enfila la calle Alfareros brota en el ambiente una mezcla de sensaciones inexplicable, Se une la hermandad humilde con el orgullo de un barrio que ve a su hijo llegar, la hermandad más flamenca con la más melancólica, lo que antes era luz se han convertido en sombras y en la oscuridad se perciben la ramas de un olivo que se cruzan con unos guardabrisas que tenuemente iluminan el camino del señor.
Sin parar de enlazar una marcha con otra Nuestro Padre Jesús de Nazaret se despide de su gente hasta el año que viene, mirándolos de frente, con una mirada que nada tiene que ver con la que mostraba al salir.
Ojos brillosos. «Gracias padre, hasta el año que viene»; nos decimos los músicos, abrazos después del himno. Todo cambia pero nada es diferente. En nuestro banderín una medalla que en oro nos demuestra que Hermandad y Agrupación vamos creciendo de la mano.
Gracias, solo gracias.